martes, 8 de enero de 2008

Periódico de Poesía

Periódico de Poesía, Espacio Infantil, UNAM, Número 4, diciembre 2007
http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=140&Itemid=76

“Universo de palabras”
Eduardo Carrera,
Ediciones El Naranjo, México, 2007

Por Jorge Elías Priani
Decir que todos llevamos un niño por dentro es un lugar común que confirma el carácter represivo de nuestra transformación en adultos. Casi todos recuerdan su infancia con nostalgia y aún existen algunos desgraciados que aseveran que aquélla fue la etapa más feliz de sus vidas, pues en ella eran libres (es decir, irresponsables), indiferentes al dolor y la opinión ajenos, cómodamente supersticiosos e ignorantes de casi todo. Por lo recién escrito considero la niñez como algo deleznable que es preciso superar con prisa y sin añoranza. Sin embargo, hace poco conocí un poemario escrito por Eduardo Carrera e ilustrado por Cecilia Varela, y en cuya contraportada advertía: “A partir de 6 años”. Como no encontré otro límite (“Para menores de 40 años”, por ejemplo), decidí leer.

Al abrir el libro encontré el dibujo de un niño que pesca la palabra “Universo” entre algunos peces que nadan alrededor de la luna. Era éste el título del primero de los cuatro apartados del poemario. En “Luna”, el poeta dice con sencillez que ella viene “para llegar y quedarse/ iluminando los sueños.” Y de los sueños dice en el poema “Sueños” (título del segundo apartado) que “son también los ventanales/ para mirar hacia adentro”. Pero no son sólo palabras; la ilustración de “Sueños”, con sus aves, su sombra de ratón que corre como niño y su pintura de cielo escurrido, nos invita a gozar con la mirada y a leer el texto que tan hermoso disparate ha propiciado.

El tercer y cuarto apartados (“Con mis alas de papel” y “Bichos confidentes”) incluyen poemas cuyo “yo poético” pertenece a los animales. Cada bicho nos habla con la voz prestada del poeta (y no al revés) para hacernos cómplices de su naturaleza tan cercana a la nuestra. El cocodrilo nos pregunta con inocente lucidez: “¿por qué si hay tanto mecate/ usan mi piel para cintos?”. En “La rana Filomena” vemos un anfibio cantar desde un plato de sopa y confesar: “En el agua yo he nacido,/ fui soprano de repente”. La humanización de los bichos ayuda a simpatizar con ellos y adquirir conciencia ecologista. Cito, por ejemplo, una cuarteta de “Murciélago Pancho”:

Pues claro que me divierto
pero luego se me olvida,
es que gozo la vida
sólo cuando estoy despierto.

Los animales cantan y por eso celebro que Carrera haya medido y rimado sus versos, pues el niño (supuesto lector ideal de este poemario) descubrirá que hay música en las palabras y no sólo en los videojuegos o las atroces canciones de la botarga Barney.

El dibujo que acompaña “Puerto Mascotas” es mi preferido: dos islas, el mar, la luna, palmeras, la noche y un simio viajero y solitario. El propósito de ilustrar estos poemas es claro y eficaz: crear una puerta estética que nos conduzca al universo lingüístico de la poesía. En un tiempo en que se acusa a los poetas de hermetismo y cacofonía, “Universo de palabras” es agradable por su sencilla belleza (tanto visual como lingüística). No es obligatorio buscar en todo poema una profunda inmersión en la subjetividad humana o una prolífica ambigüedad semiótica. A veces basta con echar una mirada juguetona al “Cielo”, a una “Luciérnaga” o a “La noche” para que nos asombre esa hermosura tan superficial y cotidiana que solemos olvidar al ser adultos. “Universo de palabras” es un libro fácil, y este juicio casi nunca es un elogio. Puesto que no tengo hijos, he pensado en secuestrar a un niño y someterlo a la lectura de este libro. Creo que él lo disfrutaría. Mientras imagino los pasos necesarios para cometer impunemente el dicho crimen, el niño amordazado que llevo dentro está sonriendo sin saber por qué.